Quizá nos afecta más, por ser una de las caras más conocidas y simpáticas del pelotón internacional. Pero en realidad, es una más de las miles de vidas que cada año son arrebatadas a personas tranquilas. Porque para montar en bicicleta, hay que ser una persona pacífica, que conscientemente elige viajar con su propia gasolina y el aire en la cara, contra la fácil inercia de subirse a un automóvil.
No hay que buscar culpables. Me niego a creer que haya una sola pizca de mala intención en alguno de los atropellos a ciclistas. Sencillamente hemos normalizado un modo de vida que no es sano, lógico ni sostenible. Usamos el coche, sin necesidad, sin dominio de la máquina y sin atención. Ahora además hemos añadido un elemento, el «smartphone», que convierte casi a cualquier conductor en un potencial «homicida imprudente». Es trágico, pero sólo para el círculo del atropellado, porque, y ahí está la clave para corregir esta nefasta realidad, no se cobran responsabilidades.